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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

Lo masculino vestido de palabras


El cambio empieza en mí


Emiliano Zavala Arias

En México desaparecen 10 mujeres al día o en México 10 hombres se vuelven feminicidas a diario. Este no es un texto feminista.

La lucha no es por un ideal, el feminismo no es un movimiento intelectual; es cargar con angustia, acoso, menosprecio, inseguridad; el dolor diario que habitan millones de mujeres mexicanas. Es fácil opinar detrás de la proyección virtual: de un podio presidencial, de los medios de comunicación, las redes sociales o una postura racional sobre de una realidad tangible. El cambio empieza en mí.

Este 8 y 9 de marzo, nuestras compañeras boicotearon el engranaje de un sistema que lleva milenios escondiéndose en hombres como mujeres. Por primera vez en la historia ellas alzan la voz y responde nuestra intolerancia como nunca. El cambio florece en mí memoria.

Se arrastra los días que siguen, no permiten vuelta atrás a nadie. El 8 y 9 de marzo ellas fracturaron la comodidad de monumentos vacíos.

El 19 de noviembre fue el día del hombre. Aun no estamos listos para conmemorar nuestras luchas. Seguimos ahogando en licar y otras sustancias nuestras penas.

Por la grieta se transforma la semilla. Me llamo Emiliano Zavala porque antes de nacer, mi padre pensó que sonaba como Emiliano Zapata. Hace tiempo que escondo ataviar un vestido ligero bajo el traje de caudillo. El cambio empieza en mí, Emiliano. Soy guerrillero sin fusil, soy la pintura de Zapata en tacones y mujeril.


El macho es feo, fuerte y formal. No tiene cuidados.

El macho no lleva el cabello largo. Es de mecha corta.

El macho no se maquilla. Es un bruto, salvaje.

El macho no llora. Se ahoga en sí mismo.

El macho no va a terapia. Se emborracha para atarantar sus penas.

El macho practica entre compadres su fachada contra intuición femenina.

El macho es el todas mías. La soledad lo agobia.

El macho coge por cantidad. Aburrido, pasa de moneda por gastar.

El macho manda con dinero. Necesita a quién convencer de sus dudas.

El macho es el proveedor. Un inútil en casa.

El macho reprimido mata a quien lo rete; a golpes se desmorona ante la primera provocación.

El macho compite. Es violento por naturaleza.

El macho protege. Su cuerpo es de hierro, es cárcel.

El macho hiere porque el amor lo asusta.

Desde los 15 años disfruto de usar vestidos, faldas; un sueño que nace del roce entre la piel de mis dos piernas regordetas. A diario dicto a mi cuerpo cubrir la imagen con mezclilla oscura y una playera holgada y con el cuerpo encorvado recorro el embudo de estas calles. El cambio es Semilla en mí.

Ser mujer o ser hombre, no se puede encerrar bajo las hojas muertas de un diccionario; se define en el cuerpo de cada ser humano. La razón se acomoda a estructuras viejas y volátiles; intenta idealizar a la masculinidad, la feminidad o la belleza. La razón le teme al saber de la carne desnuda que resiste hasta este 8 y 9 de marzo hecho cicatriz en la memoria corporal o al 19 de noviembre que aún sangra bajo la ropa.


Quiebra el cascarón de “lo bonito”, y la jaula vuelta pájaro de Pizarnik, vuela a mis oídos. El humo negro de la industria promotora de patrones de lo convencional, se esfuma con el canto de una mujer que aúlla muerte. Escucho el canto, una lucha que se hace en mi propia voz; el cambio siembra en mí.


Me he preguntado por años si soy homosexual. Nunca he besado a un hombre, aunque a veces lo sueño con los labios. He querido definirme, pero las palabras no alcanzan para hacerme una mejor piel. He dudado, he querido contradecirme hasta la médula; pero mis huesos resisten indiferentes. Me he preguntado si soy transexual y llegué a la conclusión de que no mutilaría mis genitales por capricho. El amor, cuida de su cuerpo. Me gusta usar “ropa de mujer”. Heterosexual, bisexual, asexual; no son etiquetas escritas en este vestido.

Soy libre de usar “ropa de mujer” y no pierdo el interés por el sexo opuesto, ni merma el vigor en mis genitales, ni decrece mi competitividad; me ciñe perfecta la seda de lo otro; sensible mas no frágil; alerta. La libertad de las mujeres no le roba espacio a la equidad. Que ellas tengan derecho a equivocarse, a ser personas antes que mujeres, es el primer paso para romper con las cadenas de más de 2000 años de forja, permitir ser lo femenino en su flor es parte de ser masculino.

La opinión pasa. Esta lucha es de la carne viva, que rescata la revolución en cuerpo y uso de bandera este vestido ligero de palabras. La insurrección carente de armas inicia en mí.


Perdón si opino sin preguntar; por separar a la razón de la realidad. Perdón cuando me aferro a la risa de chistes machistas. Perdón cuando no sé usar las palabras y ofendo a las mujeres. Cuando pido explicaciones racionales para menospreciar la lucha que millones de mujeres viven a diario, perdón. Perdón por exigir lo que yo no tengo, lo que como hombre no alcanzo por comodidad. Perdón por mis insuficiencias. Perdón por mis errores. Perdóname Emiliano.

El camino se fragua a capricho de cada cuerpo. El individuo es camino. El camino empieza con mí cambio.

Mujeres mueren a manos de hombres. Hombres también mueren, a manos de hombres. El macho reprimido reprocha con sus puños lo que no alcanza a tocar con la violencia; y pasa de largo la respuesta prometida; “el cambio empieza en mí.” El amor, cuerpo sensible, resiste la represión paternal del estado.

Por mi madre. Por mi hermana. Por mi sobrina. Por mis tías, por mis maestras, por mis amigas, por mis parejas. Por las personas que trabajan para mis comodidades y que ignoro. Pero sobre todo por la feminidad que habita en mí. Trabajo la tierra de mi cuerpo con la idea de que la revolución la manda el hombre libre que viste “estas palabras de mujer”.




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1 comentário


Cecilia Rdgz Nuñez
Cecilia Rdgz Nuñez
21 de nov. de 2020

Me pareció bastante interesante, me recordó a un libro llamado la sonrisa vertical. Sinceramente es entrar por un camino en el que Emiliano comienza una revolución no interna sino externa ante las etiquetas que la misma sociedad nos impone y que tiempo atrás fueron plasmadas en hojas de papel a lo que hoy cualquier persona puede usarlas y enjaretarlas burdamente.

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