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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

Televisor y desierto


Émili de la Zelva


Versus el paisaje gris de mis falsas dunas, te adentras en el vaho de las bestias que expiran hollín. La nube de contaminación abrasa el cielo en mis pulmones. Mi piel de campo has vestido con asfalto oscuro desde que tienes uso de razón.

Duermo bajo las frías cúpulas de la modernidad, de laboratorios y talleres electrónicos. Se precipitan mis restos a ser recogidos por la sucia monotonía de millones de anónimas pisadas. Vence mi flora a diario una milésima de las apretadas banquetas, para significar basura en las coladeras tapadas. El murmullo fantasmal de largas tardes de tráfico desemboca en las noches de estas calles vacías. Llueve detrás del vidrio.

Tras del cristal centellean luces de colores. Qué importa si afuera los pies descalzos ya no chapotean en mi barro desnudo y se rasgan los niños las plantas contra el indiferente concreto. Olvidaron mis constelaciones detrás de la estúltica y densa cortina de smog. Hiciste de la comodidad una industria y te detuviste, a sentarte; a sentirte cansado.

“Éste increíble invento: la T.V.” -te repites a diario- “da cuenta de cosas que necesitaba y pude no enterarme jamás: La hamburguesa de cuatro pisos, el curso de inglés en línea, el automóvil del año, el modelo que luce en calzones, la mujer estrella pornográfica, el reloj de platino, el licor de moda, el vestido hecho de setenta mil hilos tejidos a mano… ¡El televisor inteligente en tercera dimensión! Por fin tendrás en la palma de tu mano el control absoluto; a través de un solo dispositivo, acabarás con tu infinita soledad.”

Qué importa conocer la religión si me das por sabida, o por lugar para tus vacaciones. Qué importa mi cuerpo sagrado si asusta a tu razón lo desconocido de mis selvas. Qué importan las colonias sin agua, o los indígenas sin derechos; si para ti son un número que ves de lejos en las estadísticas. Qué importan flora y fauna; mis reservas naturales si te has escondido. Qué importa el hambre que no deja pensar a los ladrones si has cercado tu mansión con malla eléctrica. Si escondes la obesidad bajo el ambicioso resplandor de las pantallas, con los ojos secos por ver las mismas historias, empotrado en tu sillón; qué importa. Acostumbrado a la prisión hecha con barrotes de ladrillo no te atreves siquiera a salir al balcón de tu casa; no me observas más ni por la ventana, no me recuerdas. Me olvidaste como quien se esconde de si mismo, tras de los muros de pretextos arremolinados cual pelusa en tu ombligo.

Qué importa si sólo sales a votar cada 6 años, si tienes el resto del tiempo para quejarte del puto gobierno.

Qué importan los estudiantes sin cuerpo y las madres sin hijos si son solo encabezados amarillistas. Las violaciones, el acoso a mujeres, niños; los feminicidios, la trata de menores qué importan si al burlarte aún no alcanzas a embarrarte del dolor ajeno. Qué importan la educación, los alumnos sin escuelas, los maestros sin sueldo; si ya no hay espacio en las casas para la curiosidad, se la han llevado los dispositivos electrónicos. Qué importan los médicos sin hospitales, los enfermos sin medicinas, cuando el gobierno les tiene bien medido el atole con el dedo. Los jóvenes sin futuro, sin puestos en el trabajo ni espacio en el estudio; qué importan si nada más se quejan. Qué importa el silencio y el alcoholismo que ahoga el alma de los hombres, si ya no sueñan conmigo; si se desmoronan al ínfimo intento de cariño que se les da.

Mientras puedas ver series y películas, compartir chistes y opinar en redes sociales del calor que hace en este puto infierno; qué importa si el oasis de tu casa ha hecho de mí este desierto.




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