Emiliano Zavala Arias
Lees por curiosidad, como cuando eras niño. Lees para olvidar que te has quedado solo en casa. Subes los pies a la cama para no sentir por debajo a la oscuridad. Quieres seguir leyendo, pero tropiezas en cada coma, en cada punto y seguido. Sabes que los demás han salido de casa y aun así sientes una fantasmal presencia. Lees para estar distraído y no importa qué historia estés leyendo; siempre resultas ser tú el protagonista.
Lees historias de superhéroes y extraterrestres para acompañar el miedo de estar solo en el universo. Pierdes el tiempo con principios sin finales, con ideas inconclusas que van a dar con lo desconocido en cientos de lecturas derrotadas. Estás de vuelta en tu habitación, solo. Te intentas arrancar los ojos para no ver pasar el tiempo, los interminables libros del fracaso. Caes dormido.
Eres joven. Lees por obligación, para perder el tiempo sin saber lo que te espera. Finges leer para estar dormido, para no hacer tareas. Un día descubres que la chica que te gusta colecciona libros y lees por compromiso, para presumir delante de ella. Podrás tener cien parejas distintas, pero siempre vuelves a estar vacío. Una extraña campana molesta con su rima resonando en tu oído.
Lees para olvidar que sientes miedo de estar sólo o de saber que el fantasma sigue aquí. Pierdes el tiempo en principios sin finales, con ideas inconclusas que van a dar a lo desconocido en cientos de lecturas derrotadas. Estás de vuelta en tu habitación acompañado de las mismas letras. Te intentas arrancar los ojos para no ver pasar el tiempo. Te preguntas si habías leído esto en otra parte. Caes dormido con el punto y aparte.
Ya no eres el mismo, haz vuelto a leer. Lees para despertar, para recuperar el tiempo perdido, para viajar, para combatir a otros lectores, o para dar cara a lo desconocido. Has envejecido milenios, apenas brota de ti la voz como un gemebundo quejido enfermo.
Al volver a leer te encuentras con tu antiguo rostro. No has escapado de tus líneas de expresión, ni de tus arrugas. Lees para salir del ataúd del tiempo, para no ver morir a tus abuelos, a tus padres o a tus amigos. Lees para no ser alcanzado por las sombras. Lees para ignorar el tiempo acumulado en tus ojos, porque has descubierto que la palabra guarda un secreto. Te obsesionas con las búsquedas por los libros, quisieras tener más vida para recorrer los atiborrados estantes del pasado. Quisieras regresar el tiempo con las palabras.
Estas harto de repetir las mismas palabras. Se te han cansado los ojos y se han resentido por las viejas marcas pueriles. Se te han secado. Se han hecho polvo. Te has vuelto ciego. Haz vuelto al ominoso origen de los tiempos.
La fantasmal presencia aun hace sonar su campana en tu voz terrenal. Un escritor se ha convencido de escribir estas palabras y las ha tomado prestadas mías para ponerlas en tu boca. ¿Con qué voz has leído estas sombras hasta ahora? Te das cuenta que has sido vencido, que me has dejado entrar a mí, el fantasma y, he despertado pronto en ti la voz de lo desconocido.
Soy el verbo divino, la sangre hecha de tinta que da tiempo a la expresión de la palabra vacía. Una historia que hace millones se trama en tus entrañas. Me aproveché de tu aliento cuando leías distraído. El significado en tus palabras hizo más denso el texto hasta pesar un universo sobre tu espalda.
No mires atrás, no todavía. Continúa leyendo. Casi llega la muerte. No mires sobre de tus hombros o podrías encontrar los ojos cansados y amarillentos de ser los mismos una vida entera. No despegues la mirada de esta lectura o vendrá ese instante de calma absoluta. No gires la cabeza o podrías encontrarte contigo mismo, con tus errores, con tus líneas de expresión y tus dolores, con los restos del templo antiguo al silencio, sostenido sobre tus restos donde lamenta el soplido un inframundo espiral, escrito por el tiempo final; que por un determinado instante ocupan el cuerpo de tu boca, callado y frío antes del preciso punto funeral.
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