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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

Mi voz no es mía


Mi voz no es mía,

la he robado.

La recogí del suelo

donde nadie la quería.

Mas no es mía,

proviene de rincones

húmedos,

sucios y escondidos.

Cuando empecé a escribir

no había leído nunca

un libro, una revista,

ni artículos de sni

sobre valorados.

Mas me sumergí en el fondo

de mi autoestima y,

dejé de existir

para acercar

mi oído

fantasmal entre labios

distraídos.

Leí de rostros ajenos

a mi presencia,

los ensayos

de sus gestos;

encontré sonrisas

con la plenitud de un

punto final

para mi ansiedad,

y en el danzar de

las personas descubrí

el secreto de la poesía,

la musicalidad aterrizada

por el ritmo de los cuerpos.

Mi voz no es mía,

del miedo a morir solo,

cadáver en sí mismo enterrado,

me acompaño de secretos

que otros me han confiado.

¿Será que está bien robar

lo que no puede ser robado?

Había ganado algo al interior,

mas había conservado el otro

su identidad.

Soy yo quien cada vez más

me desvanezco en lo que escribo

y doy voz a lo

escondido en mi alrededor.

Mi voz no es mía,

la he robado.

Pues cuando me escucho

en otra parte y

no me reconozco,

no reconozco ni el tono

ni su significado;

me entra una angustia

de saberme cada vez más perdido.

Robé en mi propia casa

ideas mis hermanos, a mis padres,

las historias locas de mis tías,

los chistes malos de mis tíos,

las groserías en los patios

de la escuela,

los regaños de maestros autoritarios,

policías, el estado y su gobierno,

los albures del juego y,

las caricias escritas

entre nuestras manos.

Mi voz no es mía.

Es el jadear del panadero cuando amasa,

el esfuerzo por la madrugada

de las juguerías que

despiertan de sus sueños mis palabras.

.

Mi voz no es mía,

la he robado.

Del tianguis tengo pacas de

frases apiladas por

talla y por temporada.

La bondad del carnicero

que perdió una mano

al filo de su oficio y,

permite que escriba

lo que no puede ser escrito.

Mi voz no es mía,

la he robado

al zapatero que orna

mi inconsciente.

Mi voz no es mía,

le ha robado

el volumen a una

verdulera del mercado,

en quien se concentra

la plática de una sociedad

que desahoga su ser humano

en los lugares menos solemnes.




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