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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

La lecto-escritura necesaria como medio para recuperar la identidad



“A los desarrapados del
mundo y a quienes,
descubriéndose en ellos,
con ellos sufren y
con ellos luchan.”

(Epígrafe del libro

Pedagogía del oprimido

de Pablo Freire)


El gobierno constantemente da foco a la literatura que le conviene, y deja en las sombras del pasado a otras que no tanto. Sabemos de grandes autoridades en los libros y el arte que estuvieron dentro del círculo político, como Octavio Paz o Diego Rivera. ¿Y dónde quedan las mujeres escritoras? A Elena Garro y a Guadalupe Marín se las recuerda solamente como esposas de los personajes antes nombrados. Por otra parte, entre lo que deberíamos leer según la escuela, los pedestales con que se suben la mayoría de los profesores y la apatía de los alumnos por lo establecido; la enseñanza de la lecto-escritura se pierde en un ejercicio burocrático y un mero trámite administrativo para pasar el curso, o el año escolar.

Alguna vez me dijo mi maestra, Alicia Molina; “Leer no se enseña, se contagia”. Y estoy más que de acuerdo. Cómo podría enseñarse un proceso íntimo y diverso; cómo medir con la misma vara el gusto que nace de contextos y dudas particulares. Por el contrario ¿quién de nosotros no ha sido infectado por la emoción de algún lector entusiasta? Es en ese ámbito que se nos antoja la lectura o la escritura, cuando lo ajeno hace cosquilla en la curiosidad nuestra.

Entonces, ¿por qué la lecto-escritura es necesaria para recuperar nuestra identidad? Gregorio Hernández Zamora, en su artículo Se puede leer sin escribir? argumenta que la imposición del idioma a un pueblo conquistado es un común medio de sumisión por parte de los opresores. (Hernández Zamora, 2004) Es, desde este paradigma, obligatoria la recuperación de nuestra libertad mediante la libre selección de autores y lecturas, la elección de temas desde las necesidades de nuestra escritura; ser libres de acercarnos a la información, a los libros, al papel y la pluma, a nosotros mismos y al mundo, desde las necesidades particulares de nuestro espacio y tiempo; no desde razones gubernamentales, o desde la teorización global y académica.

“Me limitaré a recordar que no existe “la” adolescencia o “la” infancia, del mismo modo que no existe “la” lectura de los niños o los adolescentes.”

(Michele Petit. (2014). Pero, ¿y qué buscan nuestros niños en sus libros?. México: CONACULTA.)


Si no estamos de acuerdo con teorizar, en meter a un mismo saco a la generalidad de infantes o adolescentes que buscan leer o escribir, ¿cómo abordarlo desde el ensayo y la razón? ¿De qué sirve reflexionar sobre “la” lecto-escritura de los que no conocemos uno a uno? Este texto busca seguir abriendo la grieta que ha dado un espacio para los oprimidos en las aulas de clase, los trabajos, las familias; aquellos en situación de desventaja ante la vida y pasarles papel y pluma. Espero que estas letras abran un espacio vacío para aquellos que aún conservan la curiosidad genuina por leer y escribir su vida.

Michele Petit escribió la conferencia, de la que he sacado la pasada cita, tras “las semanas posteriores a la tragedia de Nueva York”. Ante la terrible desgracia, la lectura parecía algo poco útil. Sin embargo, la autora misma cuenta que en los periódicos hubo una nota que refería la nula desaceleración económica en las librerías neoyorquinas y la alta recurrencia de artículos y fotografías relacionadas a la tragedia. (Petit, 2014)

A mitad de una pandemia y de la contingencia sanitaria, los libros ejercen un bálsamo necesario a la tragedia; incluso en esta modernidad caótica dominada por lo visual. Y justo de esto va la conferencia de Michele Petit; quien nos expone la importancia de acercar la lectura (libros, bibliotecas, librerías) a los niños de regiones alejadas de las urbes y con poco acceso a la educación, centralizada gracias a intereses políticos. (Petit, 2014)

La autora también resalta la importancia de elegir nuestras lecturas, abandonar la vieja comparación entre los textos “útiles” y los textos por “distracción” y abordar los libreros desde los deseos y las problemáticas internas; leer es la manera en que conocemos el mundo y nos situamos en él; a través de las lecturas que escogemos desde nuestras necesidades, permitimos el diálogo entre lo establecido y nuestra injerencia en la realidad. Los libros nos permiten viajar y reconocer partes de nosotros mismos, profundizar en nuestra identidad a través de lo que resuena en cada uno de nosotros.

Pienso que la raíz de nuestro problema radica en la moral binaria por la que nos regimos, en referencias telenovelescas en que nos hemos hundido. Los melodramas que radicalizan el bien y el mal, las películas de acción donde nos rescata un superhombre de un villano; incluso en la enseñanza de la historia de nuestro país al nombrarse a sus personajes como héroes de la nación y a otros como desalmados, o en el peor de los casos omitir su existencia en los libros de texto.

Incluso en las redes sociales se habla de personas tóxicas y sanas mentales, de fifis y chairos, de seguidores y haters (odiadores). Un viejo silogismo argumenta que si los hombres fueran buenos por naturaleza no tendría sentido la educación, pues no sería necesaria para quien es educado; por otra parte, si todos los hombres fueran malos, tampoco la tendría pues no habría enseñanza alguna que los reivindicara en el camino del bien; la conclusión evade ambas astas del razonamiento, pues hombres y mujeres llevamos un poco del bien y el mal en el interior, y la enseñanza es necesaria para saber lidiar tanto con nuestra lucidez, como con nuestra oscuridad.

Para ir concluyendo me gustaría citar un fragmento del libro Pedagogía del oprimido de P. Freire, que me ayudará a profundizar mejor en esto:

“La violencia de los opresores, deshumanizándolos también, no instaura otra vocación, aquella de ser menos. Como distorsión del ser más, el ser menos conduce a los oprimidos, tarde o temprano, a luchar contra quien los minimizó. Lucha que solo tiene sentido cuando los oprimidos, en la búsqueda por la recuperación de su humanidad, que deviene una forma de crearla, no se sienten idealistamente opresores de los opresores, ni se transforman, de hecho, en opresores de los opresores sino en restauradores de la humanidad de ambos.”

(Pablo Freire. (1968). Pedagogía del oprimido. Montevideo: Tierra nueva.)


Me interesa esta frase de Freire, porque pienso que contiene las propuestas del libro que estoy citando. Primero la evidente condición del opresor que se ha forjado como tal a través del sistema y por lo tanto no concibe una realidad fuera de él, es decir que al opresor le conviene mantener las reglas del juego para seguir ejerciendo su puesto. La responsabilidad de la liberación recae en el oprimido, que es quien conoce mejor que nadie las desventajas y la problemática a resolver, es quien las vive en carne propia.

Sin embargo, dice Freire que no es desde la venganza que el oprimido deba liberar a ambos (oprimido y opresor), sino desde el amor y el reconocimiento del otro en uno mismo. Ahí radica la dificultad, en salir de la dicotomía entre opresor y oprimido para darnos cuenta que el sistema es parte de nuestra contradicción inherente como seres humanos, somos nosotros mismos quienes reprimimos nuestra capacidad lectora o escritural. ¿Hace cuánto no sientes emoción por aprender? ¿Cuánto ha pasado desde que te emocionaste en una biblioteca? ¿Cuál fue la última vez que escogiste una lectura por gusto y no por deber hacer?

Es cierto que el sistema escolar en México no atiende nuestras necesidades, y que seguramente apoya las suyas como opresores. Mas está en nuestras manos cambiarlo: dejar los libros en la sala, en el comedor, al alcance de los niños; llevar a los pequeños a las bibliotecas o librerías más cercanas y dejarlos escoger sus lecturas, haciendo un compromiso con sigo mismos. Debemos, como adultos, abrir espacio a la lectura y a la reflexión; dejar que los pequeños opinen en la sobre mesa de temas de “adultos”. Y así mismo contagiarles el gusto por el escribir, por aterrizar las ideas y poder manejarlas como bloques de juguete. Así podríamos construir nuevas formas de habitar la realidad, donde la palabra libre defienda al espacio y tiempo que ocupa el cuerpo que la nombra; repensar la enseñanza en compañía del aprendiente, horizontal, y que mediante la lecto-escritura permita a nuestros niños la libre conquista de su identidad en relación con el mundo que les hemos dejado para vivirlo.



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