Emiliano Zavala Arias
A menudo percibimos al niño en desventaja, como un ser inacabado y en proceso de formación, en contra de alguien ya “maduro”. Una vez adultos, advertimos el camino recorrido como una serie de tropiezos y, al mirar hacia el pasado sentimos vergüenza o pudor de los aprendizajes adquiridos. Pocas veces recordamos la infancia como lo que fue: el primer contacto con el mundo, una aparición mágica en el aquí y el ahora, un presente súbito y sagrado en constante equivocación. Ya que el error es parte indispensable de lo humano, propongo la palabra en este ensayo como un ejercicio lúdico que no lleve a respuestas concretas, sino a las reglas que den juego a la infancia con lo espiritual.
Si la vida jamás vuelve a ser tan intensa como en aquellos días, ¿Por qué desestimamos la mirada de lo infantil? O aún más importante ¿Por qué desdeñamos, como adultos, al juego? Lo catalogamos como un “pasatiempo” o hasta “una pérdida de tiempo”, probablemente, a causa de una idea sobrevalorada de la madurez y la productividad. Como personas "maduras” nos establecemos en el confort del trabajo, del hogar y de la rutina; dejamos de experimentar con nuestra realidad y nos establecemos en la afirmación de la ignorancia y los modelos económicos, políticos, sociales, religiosos, etc.
A corta edad buscamos conocer de manera natural las distintas formas que rigen al mundo, estamos ansiosos de probar sus límites, de aprender las normas sociales. Es más ¿Qué sería del juego sin reglas particulares? Cuando asistía a la secundaria, los niños pasábamos el receso en las canchas de futbol. Era lo más divertido entonces; excepto cuando a alguien le pegaban con la pelota y el juego se interrumpía por una guerra de balonazos. El tiempo de recreo se iba en estarse cuidando de los demás y lo peor es que casi nunca le atinábamos a alguien con los cañonazos; incluso una vez rompimos una ventana. La diversión desaparecía junto con las pautas del juego, era un hecho. Nos excitaba más romper las reglas, ser competitivos y guardar resentimientos que construir distintas estructuras del juego para hacerlo más divertido, al igual que en los salones de clase.
Lo primero en contagiarnos sus patrones de conducta cuando llegamos al mundo son las sombras; la vista no está resuelta del todo y nos atenemos a los ojos de la madre o a las siluetas que nos abrazan con sus voces. Pronto afinamos los sentidos, comenzamos a imitar, a reafirmar los primeros pasos, o a renovar el goce de la caída a lo largo de una resbaladilla. A través del tiempo (des)obedecemos a los padres, a otros familiares cercanos como tíos o primos, después a los amigos, la escuela, a los maestros, jefes de trabajo, a las leyes, al estado. Por último, fijamos los límites por cuenta propia.
Pero, cuando es tiempo de seguir el ritmo particular, acostumbramos ignorar al corazón. Nos acomodamos en cualquiera de las figuras antes mencionadas y, son pocos los que se atreven a desobedecer a la razón. Nos aferramos por deferencia a las opiniones ajenas que desgarran la piel de lo individual; con tal de no sentirnos solos somos capaces de asegurar algo de lo que no tenemos ni la más mínima idea.
A diferencia del niño que busca el conocimiento, el adulto se enorgullece de sus logros, de sus conocimientos ya establecidos y, siguiendo la analogía de W. Ospina, como un cántaro henchido de soberbia, el adulto se cuartea y está al más ínfimo contacto de distancia de ser desmoronada su identidad.
“No somos cántaros vacíos que hay que llenar de saber, somos más bien cántaros llenos que habría que vaciar un poco, para que vayamos reemplazando tantas vanas certezas por algunas preguntas provechosas.”
William Ospina. Conferencia preguntas para una nueva educación
Esto quiere decir que un niño no necesita de un maestro que le transfiera las respuestas “correctas” para un examen ajeno al mundo, sino que sirva de guía e inspire un cuestionamiento incansable, que acompañe desde su experiencia a la particular forma de ver el universo del infante; para juntos crear un espacio dónde desarrollar nuevas formas del juego, la convivencia, la educación y hasta la sociedad misma.
En Los hechos de la infancia de Cuchulain, parte primera de un mito de Irlanda del norte y Escocia, encontramos la figura de un niño, Setanta, que prontamente desobedeció a su madre y escapó de ella con tal de ir a jugar con los hijos de los reyes de Emain Macha. Podemos notar, según el mito narrado, que el pequeño poseía grandes dotes para usar su pala de plata, su pelota de plata y su dardo, retozando a través del camino hacia la aventura; mismas herramientas que más tarde serían usadas como armas. Así mismo, su ímpetu pueril y su gran manejo de pertrechos, lo llevaron a ser bautizado como Cuchulain y a henchir de fama aquel nombre según su increíble desempeño en las batallas. Él conocía desde antes su destino, pues la misma profecía que le prometo grandes hazañas decía también que debería morir pronto. Era seguro que su fortuna lo llevaría a su perdición, tal como la madurez y el confort de lo establecido pueden hacerlo con el hombre adulto.
En este apartado sobre la infancia de Cuchulain la desobediencia a su madre es el primer paso para dar inicio hacia la aventura del crecimiento personal. Por otro lad, un instante antes de que Setanta se fuera nombrado por las armas Cuchulain (perro guardián de Culain), aun considerado un niño, se acercó al rey mientras el adulto jugaba al ajedrez. La guerra y la estrategia militar, son también, formas del juego que permanecen en las prácticas adultas.
A todo esto. ¿Qué valor implica la permanencia de valores infantiles en la vida adulta? Lo que a menudo percibimos como una desventaja, es para Desmond Morris una cualidad esencial para nuestra evolución, en su libro El mono desnudo dice:
“la evolución tenía que dar un paso decisivo para aumentar en gran manera el poder del cerebro. Y ocurrió algo bastante raro: el mono cazador se convirtió en un mono infantil. […] Dicho en términos vulgares, es un proceso (llamado neotenia) por el cual ciertos rasgos juveniles o infantiles se conservan y prolongan en la vida adulta.”
Desmond Morris. (1967). Orígenes. En El mono desnudo. Inglaterra: Debolsillo.
Los caballos nacen, y a los pocos minutos ya intentan pararse, luego comienzan a caminar. Es la única protección natural de defensa que tienen (correr) y si se ven acorralados pueden llegar a patear, manotear y morder. Un ser humano tarda entre nueve meses y año y medio en poder dar sus primeros pasos. Desde esta perspectiva podríamos parecer inútiles, sin embargo, desde la mirada de la neotenia, comprendemos que el articular un lenguaje complejo y preciso requiere de un esfuerzo que ningún otro animal ha logrado y que es la base de nuestro éxito como especie. El tiempo que tardamos en valernos por nosotros mismos, lo empleamos para aprender una infinidad de cosas; comer con cubiertos, asearnos por cuenta propia, respetar la existencia de terceros, incluso bailar, cantar, pintar, soñar. El fin último de la vida no puede ser el utilitario, la productividad; para mi es profundizar en cada acción por sí misma, en su esencia, su espiritualidad, en sus reglas para poder disfrutar del juego.
Debo admitir que para las niñas, es distinto, pesa una dura carga de lo social. Mientras a los niños se nos inspira a jugar, a crear y a soñar; a ellas se les regalan cocinas de juguete, kits de belleza, bebés de plástico que adelanten su sentido de maternidad y otros objetos que desde pequeñas las inicia en la idea de lo femenino establecida por adultos que rigen el mercado del entretenimiento y lo último que toman en cuenta es a las niñas.
Y eso es solo la punta del iceberg. Prueba de ello es la necesidad de un movimiento feminista. ¿Porqué, entonces, desvalorizamos como sociedad una lucha indispensable para el progreso general?. La mayoría de las personas en la actualidad han perdido la capacidad de imponerse sus propias reglas. La presión que se genera al interior del individuo se desborda por el Facebook, el Twitter y otras plataformas virtuales. En el mundo exterior ya no queda rastro de lo que fuimos, de la inocencia. Hemos perdido el paraíso de la niñez para instaurarnos en la carne viva del conocimiento superficial. Antes de escuchar, opinamos desde la comodidad de la teoría, ajenos al dolor de cada historia personal.
La misma sociedad que no aceptó la lucha de las mujeres replicó a través de redes sociales decenas de memes burlándose, parodiando y enalteciendo a unos cuantos hombres que al interior de una combi (mediano transporte público) propinaron una zurra hasta el exceso a un ladrón anónimo.
No debía ser la primera vez que asaltaban a esas personas, sabemos que es el pan nuestro de cada día en el Estado de México, por lo que ver la golpiza ha sido un bálsamo para miles habitantes. Sin embargo, a pesar de no haber solucionado ninguna problemática, fue bien recibida por la gente en redes sociales.
Con el mismo motivo de los golpeadores, considerados “héroes del pueblo”, resurgieron unos reglones escritos por Galeano que quiero compartir:
“La enseñanza del miedo
En un mundo que prefiere la seguridad a la justicia, hay cada vez más gente que aplaude el sacrificio de la justicia en los altares de la seguridad. En las calles de las ciudades, se celebran las ceremonias. Cada vez que un delincuente cae acribillado, la sociedad siente alivio ante la enfermedad que la acosa. La muerte de cada malviviente surte efectos farmacéuticos sobre los bienvivientes. La palabra farmacia viene de phármakos, que era el nombre que daban los griegos a las víctimas humanas de los sacrificios ofrendados a los dioses en tiempos de crisis.”
Texto de Eduardo Galeano
La palabra meme proviene del griego mimema: algo que se imita. Meme, entonces, se define como unidad de transmisión cultural. Entiendo que el mimema se utilizaba como herramienta que propiciaba la aceptación de nuevos dioses en la propia cultura. No pienso que el meme funcione como un medio de aceptación de contenidos específicos, sino como una recreación de hechos de la realidad (la golpiza a un delincuente) a modo de ritual que atañe al inconsciente y lo lleva a un nuevo formato de lo divino; es decir que no es un elemento de transición entre culturas ajenas, sino una nueva manera de relatar los hechos mitológicos de nuestra propia sociedad, una nueva forma de lenguaje Bíblico de nuestros tiempos.
En mi caso he recorrido el camino de la escritura. Pasé del lenguaje informativo al sentimental, después al exploratorio o lúdico, luego al de cortesía y, por último, al simbólico o sagrado. Es decir, al principio me interesaba dar nota del hambre o la sed, mis ganas de ir al baño, mis necesidades; después me hizo falta expresar mis emociones para no fijarlas al dolor del cuerpo; posteriormente usé la palabra por la palabra misma, por andar en ella como en una bicicleta; aprendí también a escuchar, a acariciar con el oído y responder una conversación para aliviarnos uno al otro.
Al final descubrí que nunca hubo un principio. En mi interior no había un orden en los niveles del lenguaje, iba más profundo que la razón. Al interior de mi propia voz vislumbré la imagen de lo inconsciente, Transité por los distintos significados de regreso hasta la espiritualidad de la infancia.
Al igual que el adolescente que traiciona su infancia, el hombre moderno desdeña a la religión por moda. Piensa el mito como forma de explicar la falta de conocimiento de otras épocas. Ignora que las mitologías eran una forma de habitar el mundo, eran reglas de los pueblos infantes de la humanidad y que permitieron nacer al milagro en cada rincón del mundo. Hicieron del conocimiento una ciencia que reinterpretaba las leyes del misterio de lo desconocido, no solo una ciencia fría y alejada de la realidad.
La inocencia debe ser rescatada del olvido y prolongar la infancia durante una vida adulta; jamás cerrar las puertas de la madurez al juego. Las reglas cambian, en la antigüedad pesaba la rúbrica de lo poético y lo que resistía al tiempo. Hoy, al contrario, se nutre de lo fácil y rápido; responde a lo vulgar. Mañana habremos olvidado el meme de ayer. Es tiempo en que la palabra retome su origen en la caverna del misterio y deje nacer nuevas reglas que respondan a una realidad que ascienda a lo divino, al misterio de la particularidad donde reinventemos el mito a través del ejercicio lúdico del símbolo de nuestra época.
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