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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

Invitación a leer Frankenstein de Mary Shelley


Émili de la Zelva


Se suele decir “aún se notan las costuras” refiriéndose al tejido de un texto que ha sido escrito por partes. También es común que los libros sean considerados hijos que una vez publicados toman su propio rumbo. Éste es un texto que pretende exponer sus costuras y sus extremidades independientes a la razón de la cabeza familiar. Son las partes de un cuerpo textual que cobra vida propia y actúa por la inercia, más que de una lógica reflexiva, mediante tu voz en la lectura.

Mary Shelley perdió a su primera hija. De lo que jamás se repuso:

“Mi querido Hogg: Mi bebé está muerto. [...] Estaba perfectamente bien cuando me fui a dormir; desperté en la noche para alimentarla y parecía estar «durmiendo» tan profundamente que no quise despertarla. Entonces ya había muerto, [...] Ven, eres una criatura tan buena, y Shelley tiene miedo de que el bebé haya sufrido fiebre por la leche. Por el momento ya he dejado de ser madre.”

Spark notes 15


Cada vez se acerca más el Halloween. Y uno de sus protagonistas, además de Frankenstein, son los gatos. Yo tengo una gata, Justina, que no sé si mi mamá y mi hermana encontraron cerca del cerro de las campanas, o sí fue Justina quien se metió a su carro, junto al motor, en busca de cariño y calor y terminó encontrándonos a nosotros. Traigo a mi gata a colación por ese dejo de magia en su historia y porque me asombra que siempre que entra en mi cuarto se duerme sobre de una caja donde guardo mis tesoros, aunque parezca ser la opción más incómoda.

Se dice que Frankenstein, el magnífico libro que escribió Mary Shelley, nació de un viaje que ella hizo a Ginebra en mayo de 1816. Viajó junto a su Esposo, su segundo hijo y su amiga Claire Clairmont, pues planeaban pasar el verano con el poeta Lord Byron, cuyo reciente romance con Claire había devenido en un embarazo. Alquilaron la Villa Diodati, cercana al lago de Ginebra en Cologny, donde una terrible tormenta los dejó varados en medio de un paisaje típico de película de miedo. Lord Byron propuso un concurso de cuentos de terror para pasar el encierro y así fue que Mary Shelley comenzó a escribir Frankenstein, e igualmente el joven médico y secretario de Byron, John William Polidori, escribió la primera historia de vampiros.

Mi caja de los tesoros en realidad no tiene nada que pueda parecer valioso para otras personas. Guarda libros, cuadernos y copias que he acumulado de cursos de música y literatura; hay también algunos álbumes de fotos; cartas, dibujos y canciones que me han hecho otras personas y que seguro ellos mismos han olvidado; por último, un ensayo donde guardé en palabras mis secretos más profundos entre el anonimato de todas las hojas bond tamaño carta apiladas. En esa caja metí pedazos de mi memoria.

Mary Shelley escribe Frankenstein en mitad de una tormenta impetuosa según el tiempo que hacía en su alma. Qué son unos rayos y centellas, ventarrones huracanados, la noche, aullidos, el agua azotando las ventanas; para lo que no se resuelve en las entrañas para lo que no encuentra solución en la existencia.

Los escritores inventamos historias para contradecir al mundo, para dar alternativas a su ambigüedad, para soñarnos como la respuesta al caos que nos envuelve. La escritura nace del dolor, de la herida que cada letra refleja en la intimidad. El doctor Frankenstein es un inventor, el más ambicioso de todos, no sólo espera imitar a la naturaleza del hombre, sino pretende replicarla, pretende competir con el creador del mundo, con el creador de creadores.

Nietzsche es famoso por su frase “Dios ha muerto”, Más allá de si Dios existió ¿A qué refiere esta frase tan famosa y repetida sin consciencia?

"Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros?", dice el loco. "

Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125


Las ideas de la ciencia, la razón y el progreso han hecho, cada vez más, a un lado a la religión. Con ello no solamente entramos en un patrón lógico y aparentemente fiel a las leyes que nosotros mismos proclamamos, sino que dejamos de lado la idea de que la realidad rebasa nuestra perspectiva de las cosas. La ciencia como herramienta de curiosidad es necesaria para tener comodidades, tan necesaria como aceptarse ignorante ante las leyes del universo y que la única respuesta es estar vivo. Creer que el cerebro del hombre nos llevará a conocerlo todo, a ser capaces de controlar fenómenos naturales, pasado presente y futuro, la vida y la muerte es jugar a ser dioses.

Parece absurdo, sin embargo Mary Shelley se dio la oportunidad de imaginar un hombre que representara la ambición absoluta del intelecto. El doctor Frankenstein se interna en los paisajes blancos y ariscos del interior de Suiza, se encierra en una cabaña de reflexión, a mitad de la nada, en la que lleva a cabo sus más arribistas elucubraciones. Mediante restos de hombres muertos logra crear al superhombre y logra dar vida a algo que antes no lo tenía. Sin embargo, al verlo cobrar esa chispa, como quien publica un ensayo y se da cuenta que ha perdido poder sobre de él, se arrepiente del horror que ha causado con sus razonables ambiciones.

La caja de mis tesoros es un conjunto de cajas de cartón que acomodé y forre con papel maché, hecho con las hojas de todos los textos que he escrito e impreso distintos talleres, a concursos literarios, a reuniones familiares, con amigos, o los guiones, poemas, cuentos y ensayos que no han llegado ni a ser leídos más allá de mí. Copias y copias desperdiciadas que me asfixian. Retazos de palabras incoherentes por el reciclaje y que forran la caja monstruo en que atesoro las más significativas acciones que me han regalado otros. Justina encima de ello sueña dormida.

Muchísimos científicos se han arrepentido de sus inventos al ver la vida que cobran en manos ajenas; el creador de la dinamita, Alfred Nobel (sí, el de los premios nobel), quien ingenuamente pensó que un explosivo menos inestable y con mayor potencia haría reflexionar al mundo sobre los alcances de la guerra; Mikhail Kalashnikov el creador de la Mk-47 quien hizo el arma para defender a su patria y no le pareció cuando se volvió popular su sencillo funcionamiento y su bajo costo entre los bandos enemigos; el mismo Doctor Frankenstein, de la obra de Shelley, que se dedicó a escapar de su más grande invento, de su creación e ignorar, permanecer en la ignorancia, en la incomprensión de las consecuencias de sus propios actos.

¿Qué pasa cuando vemos un ensayo o un libro, un aparato tecnológico, una herramienta del día a día, incluso a un ser humano como parte de la teoría y la ciencia, como un objeto funcional? Termina por significar un resultado equivocado, del cual fácilmente podemos renunciar a sus responsabilidades. “Ese güey todavía no produce para su casa. Que se meta a trabajar, que sirva de algo.”

Si el doctor Frankenstein se hubiera acercado, lo hubiera escuchado y comprendido, si le hubiese brindado al superhombre de proporciones monumentales su cariño, el monstruo no hubiera desatado su furia sobre la humanidad, al igual que los demás inventos del hombre no habrían acabado con millones de personas si en lugar de escondernos tras del consumo excesivo, la gula y el desperdicio, las compras innecesarias, las creencias innecesarias; si tuviéramos la capacidad de hacer a un lado la herida, la razón, el orgullo y pedir el cariño que nos merecemos por ser nosotros mismos.

Hace un tiempo, después que falleció mi papá, encontré entre sus cosas una carta que le hice cuando yo era niño y él estaba enfermo en el hospital. En la carta le decía que se repusiera pronto y que le escribía un cuento. Aun lo guardo entre mi caja de tesoros. El cuento habla de un inventor loco, que era malo, y luego se volvió bueno y revivía a un ratón muerto. Fin. O algo así.




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