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Foto-grafía

  • Foto del escritor: Emiliano Zavala Arias
    Emiliano Zavala Arias
  • 25 jun 2021
  • 4 Min. de lectura

Émili de la ZelvA


Todo escritor se ha refugiado en las letras debido a un gran trauma con la vida, con lo otro. Cuando lo externo se nos sobrepone y permea en nosotros, hasta nuestras fibras más finas, no hay más remedio que intentar atrapar la realidad que ha quedado escrita en nuestras cicatrices. Mas, pronto nos damos cuenta que la realidad supera a la ficción, a la idea de nosotros y, por tanto, no podemos atrapar con nuestra ficción a la totalidad. Hace falta malicia en nosotros; encubrirnos de mentiras para llegar a verdades profundas de un tiempo determinado; una fotografía de lo que una vez fuimos, una mentira que ha crecido hasta nuestros días, una imagen que alude un millón de detalles escondidos entre los significados.

Hace unos días me reencontré con cuatro personas, un amigo y dos amigas con los que hacía 10 años nos tomaron una fotografía; a la cual escribí unas palabras posteriormente. En ese entonces yo acababa de empezar a escribir, no sabía por qué, ni para quién; no tenía idea de lo que hacía, simplemente sabía que quería escribir por desahogar la totalidad que no cabía en mí ignorancia. Una amiga imprimió cuatro veces la imagen y otra de ellas copió el texto y (seguramente corrigió mi pésima puntuación) en la parte de atrás de cada una de las fotos. Nos repartimos las copias y sinceramente yo no supe dónde quedó la mía. Resulta que este reencuentro se dio precisamente por los diez años de la foto, y una de mis amigas, Andrea, aun conservaba la suya.

A pesar de que moría de vergüenza accedí a leer en voz alta lo que hacía diez años no veía, y es que a mí también me mataba la curiosidad de lo que había olvidado en mi inconsciente. En el silencio antes de comenzar a leer sentía una amistad latente entre nosotros, hubo una atención minuciosa por parte de ellos y me concentré para que mi voz se notara firme a pesar de que temblaba por dentro; fue un lindo momento. Sin embargo, al ir leyendo recordé (no lo que decía literalmente) sino el sentimiento que había al fondo de mi memoria. Lo había escrito por envidia, por despecho, revancha; desde la superficie.

Siempre he sentido miedo de mostrarme tal cual soy, por miedo a ser rechazado y, eso continua como una lucha que a penas siento que comienzo a empatar. Me hacía el osco y “carrillero” para que no se acercaran a lo que en verdad cargaba dentro. Mas aquella vez no me sentía apapachado, pensé que estaba hecho a un lado y desde aquel rincón de inseguridad escribí... lo que escribí. Diez años más tarde nos reunía ese gesto mío y, mi escritura era el origen de una amistad que se reafirmaba duradera; el centro de la cita.

En el pasado yo no tenía malicia en mi escritura, escribía por impulso y por desenfreno. Lo que yo creía que hacía por revancha era decir lo que realmente pensaba. Caí en mi propia trampa e impactó de manera positiva en ellos; acariciamos juntos nuestras cicatrices con el reencuentro de los cuatro. Cuando creí decir la verdad, resultó que me encasille en las demás mentiras que había dicho y con el tiempo, llegaría a pagar lo que obtuve a cambio, una terrible soledad. Al terminar de leer la fotografía frente a mi amigo de años, Rodrigo, y mis dos amigas, Mariana y Andrea, hubo sentimientos encontrados, algunos me reclamaron por no haberles puesto tanta atención con mis palabras.

Rodrigo no sabía que sentía celos de cómo tocaba la guitarra, y que estuviera tocando mi guitarra en la fotografía me hacía querer resaltar sus faltas, sus manos rígidas, su inexperiencia; cuando al fondo había un sentimiento de envidia en cada palabra. Mi amiga Mariana me recriminaba que la había encerrado en el cliché de la mujer bonita y era cierto; entonces yo me sentía con el corazón roto por ella y me porté como un patán, encerrándola en un personaje común que yo pudiera meter en mi narrativa caprichosa. Yo mismo me había descrito al centro de un bucle del que no podía escapar de decir los mismo, que solo sabía escapar de ser honesto. Por último, Andy, en aquel tiempo “la Rocker”, la de carácter más fuerte del grupo, me dijo que ella sí se sentía reconocida en mis palabras; tal vez porque su forma de ser me empujó a liberar la presión y expresar lo que siempre me aterró decir de frente; que sabía que lo único que necesitábamos era un abrazo.

La ficción no alcanzó para abrazar la realidad de aquel momento, por ello es que hizo falta la malicia y la amistad para recuperar el sentido en las palabras y la fotografía que dio cuerpo, más allá de lo literal, a lo invisible pero presente entre nosotros. Ahora es que he escondido a partir de mis viejas mentiras, un pedazo de mi inseguridad al fondo de este escrito, para revelar mi parte más vulnerable; dónde comencé a escribir y a donde suelo regresar cada vez que escribo. Agradezco su amistad junto a la que he podido crecer y poder ganar la malicia para conmigo y romper la superficialidad en busca del fondo de mi escritura.

Por eso, y para que mueran de risa un rato (conmigo o de mí), les dejo el texto tal cuál, y la foto de entonces.

“El alma de una foto

La falsa concentración, la inspiración en su cara, de un alma joven con hambre de sentir, las manos rígidas que deberían votar enamorando a la guitarra; el gesto de una bella mujer que parece ofrecer algo, cuando sólo molesta al artista principiante.

Una persona sin rostro con manos de mentiras que no te dejan verlo, ver lo interesante de ese ojo que apenas se ve, de esa gran mirada que últimamente ni él entiende.

Por último la rudeza de una mujer, la mirada penetrante, todo en su postura es rígido, menos el brillo de sus ojos que descubre que sólo está confundida, tiene miedo a la vida, un frágil rasguño la haría llorar.

Todo para crear la imagen perfecta de los amigos perfectos, farsantes por fuera y auténticos por dentro.

Puedes juzgarnos por engañar por fuera pero entonces tú eres el superficial.”

(Jajajaja)





 
 
 

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