Emiliano Zavala Arias
Debo admitir que nunca he logrado terminar de leer la Odisea de Homero, en la cuál se basa Sed de Mar de Esther Seligson. Cada que comienzo una vez más el texto secular de la Grecia antigua, una terrible batalla ocurre en mi interior. Los prejuicios pesan durante la lectura y no logro avanzar con facilidad; una profunda herida se revela en mí. Lo femenino es pasado por alto a causa de mis insuficiencias masculinas; no hay empatía por las causas de la mujer; y descubrirme parte de un dolor que perdura hace milenios hasta mi presente, es un constante esfuerzo por dejar de ser; aterrador para la cómoda ignorancia de que lo femenino también habita en mí.
Esther Seligson se sumerge en las profundidades de la historia de la Grecia clásica, retoma la poética de Ulises y Penélope separados por el peligroso mar del deber. Nacida en el seno de una familia judío-mexicana, la autora, reescribe el mito desde distintas perspectivas que se complementan: ya sea al interior de los amantes o desde la mirada exterior de la familia cercana. A partir de los cuatro personajes principales: Telémaco (hijo), Euriclea (Nodriza), Penélope (esposa) Ulises (esposo), las distintas partes participan del Amor, con mayúsculas. El origen del pensamiento occidental cargado de un contexto hispanoamericano converge la visión de dos mundos separados por el océano atlántico; Esther Seligson es capaz de conservar la poética clásica y resignificarla desde la idiosincrasia latinoamericana.
El texto empieza con Telémaco, el hijo fruto del amor. Nos cuenta como han llegado hasta nosotros estas cartas de su madre hacia su padre; heredero de la tradición. Representa la bondad, el producto puro del ejercicio matricial, la visión de la inocencia y el testigo del vacío que separa a sus dos queridos padres y a la vez nos presenta su historia.
Si en el mito griego la mujer siempre juega un papel pasivo, en Sed de mar la fuerza del lenguaje recae sobre Penélope de manera magistral. Tras décadas de dura ausencia, la memoria de Ulises perdura en ella; por las noches teje con palabras el recuerdo de Ulises y cada mañana lo desteje con desprecio para volver a reconciliarse por la noche entre hilos, memorias y diálogos internos. En el ir y venir de su especular el texto trama las olas del mar en que su amor verdadero se alejó hace ya 20 años. Preguntándose si aún estará vivo, si él podrá recordarla, si encontrará el camino a casa en el textil que ella teje por las noches, o sí estará perdido en el olvido de otro sueño.
Por otra parte, Euriclea, quien ha sido nodriza de Ulises como de Telémaco; es la voz de la sabiduría al interior de la historia que plantea Seligson. Una mujer madura fija en el centro de la historia al hogar y la contemplación del paso de los años; la experiencia acumulada por las decisiones. No Juzga el deber de Ulises que lo ha hecho partir de casa, como tampoco pasa por alto el hostigamiento que Penélope sufre por sus perseguidores, es decir pretendientes; busca que el hombre reflexione sobre las debilidades que han llevado a su esposa hacia el fondo del mar y la locura; pide al hombre que regresa cansado recapacite si ha valido la pena el honor que le han valido 20 años de aventuras y guerras, sobre de su amada Penélope que ya no está en casa.
Aun si Esther resignifica la historia desde un cambio en el papel de lo femenino, cuando el monólogo de Ulises aparece en el relato, la autora habita la perspectiva de un hombre honesto, que admite sus debilidades y que, al recoger las reflexiones, hasta ahora planteadas, afirma con seguridad el interior de un amor incondicional que se vio fragmentado por los roles sociales asignados, (la mujer cuida la casa y el hombre sale en busca del honor). La distancia se achica con la memoria de los cuerpos; el mar que separa a los amantes y a la vez los une es el sentimiento infinito que los sobrepasa en un ir y venir constante. Ulises, tras 20 años de separación, logra regresar viejo y acabado; donde habita la soledad de un hogar vacío, a falta del abrazo de su esposa ausente.
Por último, el monólogo de Penélope desteje, con la duda, los juicios a los que como lector intenté aferrarme; la mujer ahora toma una actitud dominante, viril, sin dejar de ser ella misma y de amar a su hombre; quiere penetrarlo, perdurar en su interior y sembrar en su memoria la simiente de la terrible maldición que es amar para quién espera. Desea venganza a la vez que admite ser presa del recuerdo: admite sus defectos y sus virtudes. Leemos a Penélope momentos antes de sumergirse completa en el mar de la distancia para acabar con el vaivén de sus pesares; donde se entrega en cuerpo y alma al profundo silencio de la muerte, al fondo del océano.
No sólo entendemos la razón de porqué Ulises ha regresado a un hogar vacío, sino que es el cambió más grande entre la historia griega y la que reescribe Esther, donde se pregunta ¿Qué pasaría si Penélope se dejara llevar por el mar que la atormenta, y Ulises regresara a un hogar vacío, donde fuera imposible enfrentarse consigo mismo?
Encuentro en Sed de mar, no solo la espléndida y osada capacidad para apropiarse la poética de una de las más grandes obras occidentales, sino un bálsamo necesario para soportar el dolor que pueda sentir un latinoamericano al leer la Odisea. Esther Seligson ha lamido mis heridas y me brinda una mano para terminar la lectura que nunca me atreví por miedo; me inspira a deshilar la historia a la que pertenezco para resignificar la historia con los símbolos del presente a través del ejercicio de la escritura y la corrección literaria.
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