Émili de la Zelva
El ensayo de hoy trata de un miedo, no proveniente del exterior, sino que lo hemos experimentado (al menos yo) en carne propia. El túnel, de Ernesto Sabato nos permitirá plantearnos los límites de lo humano, desde la idealización del amor y lo bello, hasta llegar a sublimar las grandes guerras por los intereses de unos cuantos.
“Cada cabeza es un mundo” –se suele decir cuando discutimos sin llegar a un acuerdo. “Así soy yo”, “esa es mi opinión y no debemos de opinar igual todos” son algunas otras frases que a mi gusto nos separan del resto. Llámenme mitotero, que me encanta alegar de más, ahogarme en un vaso con agua, cabalgar de más y todo sea huevo, blando; pero no se trata de pensar idéntico, sino de escucharnos, de encontrar puntos en común y en contra, de permitir que el otro se mezcle con la idea de mí y podamos transformarnos en ambos sentidos.
El escritor argentino, Sabato, a través de la primera persona del singular nos hace cómplices de la opinión del pintor Juan Pablo Castell, quien comienza confesando ser el asesino de María Iribarne. Al autor de la novela no le importan los trucos técnicos para entretener a sus lectores, no retrasa la información con fines de suspenso o tensión; desde el primer capítulo spoilea, como se dice vulgarmente, revela el final de la historia. No es el qué sino el cómo ocurren las cosas; no es el tema escandaloso de asesinatos, es el cómo está narrado. No son el asesino y asesinada, victimario y víctima, sino los hechos detrás de aquella relación íntima.
Para mí la primera forma de acercarme a lo ajeno es mediante la interpretación y los juicios de valor, es decir, antes de conocer a cualquiera me hago una opinión del otro; en este caso es cierto que cada individuo tiene una perspectiva distinta del mundo y sobrevivimos gracias a nuestras decisiones, con base en nuestro juicio. Sin embargo, ¿Deberíamos quedarnos con las primeras impresiones?
El protagonista de la novela, es un ser racional, que a lo largo de su discurso trata de justificar sus acciones mediante el uso de silogismos. Juan Pablo Castell no sólo representa la forma de pensar de una época, sino que evoca un discurso específico con el que me puedo sentir identificado. A veces es un adolescente que idealiza a su pareja y tiene una idea preconcebida de lo que significa el amor, y a veces la razón que no alcanza para comprender al otro. Nos empeñamos en dar conclusiones lógicas sobre absolutamente todo, hacemos historias en nuestras cabezas para intentar dar significado a las acciones de los que nos rodean, los gobiernos organizan a las masas e incapaces de representarlas acaban por adjudicarles sus propios intereses. Y cuando una pandemia nos deja a todos sin respuestas, no queda más que eliminar los malos pensamientos, estamos empecinados en acabar con las personas “incorrectas”, dar solución según las órdenes de papá gobierno:
“¿Un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes.”
(Ernesto Sábato; 1948; El túnel; Argentina: Sur: p.1)
Este fragmento concentra el pensamiento antisemita de la Alemania Nazi que rebajó a esclavos, e incluso a jabones, a millones de judíos. Así mismo ocurre en la realidad, los movimientos ideológicos terminan por sistematizar su discurso al punto de que cualquiera pueda repetirlo desde la subjetividad cotidiana.
El túnel vuelve evidente el enlace entre esta forma de pensar que nos repugna de los nazis, equiparable a la manera en que cualquier adolescente hombre idealizamos a la mujer, como pareja, como madre, como hija, como amiga, y al quitarle espacio para significarse a sí misma como persona, terminamos por matarla simbólica o físicamente. Aunque la palabra guerra no aparece en el texto, desde el primer capítulo se alude a ella relacionándola con la interminable lucha de poder entre naciones y entre personas:
“Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más adelante, si hay ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.”
(Ibídem.)
Así cierra el primer capítulo; la palabra rata se nos queda resonando como una imagen del hombre devorando sus ansias por demostrar su poder, su alto status sobre de las bestias. El oprimido se convierte en opresor, nos dice Paulo Freire (2005), mas nunca se es amo y esclavo al mismo tiempo, pasamos de uno a otro sin ser conscientes de la transición; pasamos de ambas posturas como el día y la noche, con el silencio del crepúsculo.
Las relaciones de poder han existido siempre, y lo seguirán haciendo, es imposible eliminarlas. Por ejemplo cuando enfermamos, somos esclavos de quien tiene la cura, del doctor que ha estudiado para ello. El conocimiento es entonces una herramienta que brinda poder. El problema empezaría con no ser empático, y recetar la misma medicina a todos los pacientes. Pensamos que lo que yo quiero, lo quieren los demás. “¿Por qué habría de ser diferente, esa es justicia?” Los doctores antes de cualquier diagnóstico hacen algunas preguntas al paciente, lo escuchan; cada caso es un caso.
Que Juan Pablo Castell sea artista, figura romántica, bohemio al que le gusta ensalzar la vida y encontrar la belleza en todas partes, me parece que habla de los intelectuales que idealizan el arte, de los académicos que se compran una postura y la defienden con la vida o hasta quitarla a terceros. El asesino de María Iribarne, no es un hombre grotesco y desagradable, sino la idea que tenemos de manera preconcebida de un hombre romántico y sensible como lo pensamos de los artistas. El pintor, entonces, pretende contarnos una historia de amor que nace (según sus hipótesis) de lo que ambos ven en el cuadro que el mismo ha pintado.
“Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero;” (Ibíd. p.6)
Juan Pablo Castell decide que María percibe de igual manera la pintura, cree reconocerse en ella y desde ese momento se obsesiona con sacar sus conclusiones. El protagonista idealiza a María, sin darle espacio para ser ella. La instiga a dar respuestas a las inseguridades de él, con la pregunta que todos hemos hecho alguna vez y pocas veces nos han contestado como queremos; ¿Me amas? ¿Acaso las palabras bastan para reconocer el amor?
Para María es distinto, a ella le resulta complicado responder algo que siente, además sus acciones están atadas a otras situaciones, a otros hombres. Antes que decirle una mentira piadosa a Castell, prefiere advertirle que ella normalmente termina por causar daño; el daño que a menudo nos autoinfligimos mediante expectativas preconcebidas de la pareja. Para María Iribarne, ya es costumbre ser objeto de desgracias amorosas de otros hombres que ella misma se piensa así.
La mujer repite el discurso sistematizado del objeto que debería cumplir con las necesidades del hombre. Por qué nos cuesta tanto escuchar a la pareja, dejar de lado el orgullo intelectual y descubrir la persona que decide quedarse con nosotros. La verdadera prueba de cariño de María Iribarne es estar junto a él; compartir la tarde, unas palabras, la intimidad. Pero el pintor ante la no respuesta reacciona de manera violenta ante la realidad que contradice sus hipótesis sobre María. ¿Qué es más importante? ¿Las palabras que declaran el amor? ¿O el amor mismo que puede sentirse en la cercanía del otro?
Si su relación comenzó, según Castell, mediante su pintura y su idea de la situación, sería importante reflexionar sobre lo que lo había inspirado a pintar ese cuadro. Una vez más los protocolos académicos se hacen presentes. Sin embargo la respuesta da un giro de tuerca mediante el único elemento que se repite dentro de la obra (el asunto de la rata en los campos de concentración). Así el autor ensancha el horizonte de significación con su discurso sobre el individuo humano:
“No sé, todo esto tiene algo que ver con la humanidad en general ¿comprende? Recuerdo que días antes de pintarla había leído que en un campo de concentración alguien pidió de comer y lo obligaron a comerse una rata viva. A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil. "
(Ibíd. P.18)
Esta novela se revela como una mirada profunda al interior de la humanidad. El túnel, cuenta la historia del hombre atrapado por su propia inteligencia, que a través de hipótesis científicas da por sentado su conocimiento del otro. No es que los prejuicios sean malos, todos los ejercemos a cada rato, es el aferrarse a ellos, el ser incapaces de abandonar nuestras ideas establecidas lo que nos lleva a la frustración, a la ira, y a querer controlar a toda costa el derecho ajeno.
El pensamiento establecido es útil en tanto no fijemos conclusiones, sean sobre el amor de un solo hombre o el de naciones enteras, debemos resignificar lo que conocemos. Como diría mi maestro Paulín, “Acariciar no es poseer, sino descubrir lo desconocido”.
Es así que Juan Pablo Castell nunca llega a tocar a María Iribarne, la reduce a una idea, la asfixia entre sus pensamientos; aleja de sí a la María Iribarne real, la olvida, la anula, acaba con su vida y su esencia. Sin embargo, el verdadero terror no es para la mujer que vive el instante que puede, que aprovecha el presente, sino para los que vivimos una vida de comodidad sin salir de ideas preestablecidas, sin llegar a relacionarnos verdaderamente con las personas o dejar sorprendernos por ellas; el peso del horror recae en el protagonista, en Juan Pablo Castell, un “insensato” que jamás estuvo junto a María, y fue condenado a la soledad absoluta del túnel de sus prejuicios.
Ernesto Sábato nació en Rojas (Argentina) en 1911, y murió a la edad de cien años en Santos Lugares (Argentina). A sus 27 se doctoró en física y fue becado como investigador para trabajar en el laboratorio fundado por la célebre Marie Curie, en París (Francia). Posteriormente regresó a su país como catedrático de la Universidad Nacional de la Plata. En 1945, tras haber escrito unos artículos en contra de Juan Domingo Perón (el entonces presidente de la república argentina) perdió su cátedra; ese mismo año difundió su ensayo Uno y el Universo en el que criticó la deshumanización de la ciencia. Tres años más tarde, dedicado completamente a la literatura, publicó su primera novela El túnel (1948), una historia pasional que va de lo inhumano de la guerra, al amor fatal de un hombre ensimismado. Ernesto Sabato, un hombre que sabía de ciencia y razón, como de arte y el inconsciente colectivo. Un escritor argentino al que hay que escuchar.
Para concluir anexo un discurso que pronunció Ernesto Sábato a sus 92 años a 2000 alumnos de entre escuelas privadas y públicas. Que si bien puede estar hablando de guerra y paz, podríamos decir que también habla de la lucha de poder en nuestras relaciones personales:
"Queridos chicos, ustedes saben, han tenido que aprender cómo el poder gana, cómo los hombres matan... lo ven por televisión, la atrocidad de los bombardeos, de las masacres, de la miseria, del horror que trae la guerra. En todos los idiomas, paz es una palabra sagrada y suprema. El deseo es un reino de paz y justicia y estamos acá para reclamarla y testimoniarla En medio de esta tremenda situación, cada hombre y cada mujer, ustedes también chicos, están llamados a encarnar un compromiso ético, que los lleve a expresar el desgarro de miles y miles de personas, cuyas vidas están siendo reducidas a través de las armas, la violencia y la exclusión". Podrán hacer la guerra, pero han de saber que son asesinos, que así los llamarán los chicos de todo el mundo”.
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