Emiliano Zavala Arias
Últimamente en las redes sociales hay una necesidad de lo políticamente correcto, de hablar con corrección. La problemática gira en torno a los discursos del odio, el abuso y la burla, pero... ¿Qué son todas estas cosas? Para cada persona serán distintas. ¿Quién pone las reglas? ¿Cómo acordamos qué es lo políticamente correcto?
En esencia se trata del lenguaje incluyente, o debería decir diluyente; una especie de manual que pretende establecer la manera correcta y la incorrecta de expresarnos. Ya hicieron uno el estado, uno los militares, unos de empresas privadas y alguno que otro animal de rapiña. Sumado al corrector del Word que me cambia mayúsculas, acentos a la fuerza y hasta creo que empieza a corregir la sintaxis de mis textos; estamos en constante batalla contra el pútrido uso de la lengua.
Antes de meterme en camisa de once varas; quisiera contarles una historia que me ayudará a demostrar mi punto de vista más adelante:
Cuando era más joven, unos 15 años, estaba en el equipo de futbol de la preparatoria. Turnos matutino y vespertino convivíamos en esa cancha de tierra y mi única herramienta para convivir era el humor, y uno bastante pesado; lo cual me causaba problemas. Recuerdo que un chico de la mañana (yo asistía a clases en la tarde) era carismático y los demás compañeros del equipo se reían de sus chistes. A mí me daba envidia y buscaba el momento para chingarlo. Entonces él convocó a todos a una reunión de equipo. Estábamos haciendo la rueda cuando dijo –todas acérquense. “Esta es mi oportunidad” –pensé–. “Aquí somos puros hombres”. Y en voz alta pregunté –¿Todas? –Todas las personas. –contestó al instante–. Sentí un escalofrío y todos los demás me vieron la cara de imbécil y se voltearon a seguir con el plan para el partido. Yo quedé inmóvil fuera de la rueda de equipo.
En ese momento no fue necesario que alguien me señalara, mi propia palabra me había marcado como un imbécil frente a los demás, y yo comprendí que lo había sido; por supuesto que los hombres cabemos dentro de todAs lAs personAs.
El lenguaje inclusivo no pretende ser incluyente sino correctamente político y vestir a la diversidad de uniforme; colocándole una “e” o una “x” a txdx. ¿Cómo chingados se pronuncia txdx? Siento escalofríos de pensar en la poesía escrita de esta manera.
Es cierto que el lenguaje es un ente vivo, que construimos entre todas. Una propuesta que nace de lo escrito en redes, exime a la población que no sabe leer ni escribir. No se trata de sexualizar las vocales, sino de cómo usamos la expresión, donde curiosamente la palabra somete al lenguaje al designio de la boca. Más allá de los “discursos” en redes sociales hay un mundo de gentes distintas.
Cada quién defendamos lo que creemos, no tengo ningún problema. Alcemos la voz, no para opinar, sino para mostrarnos al mundo. Como yo que sigo siendo un imbécil y que pretendo verbalizarlo para poder seguir dejando atrás lo que fui, un machito que sólo quería lucirse, o un escritor que pretende alborotar lo establecido, la opinión lógica-precoz.
Yo seguiré en la lucha por un lenguaje incluyente en el que las mujeres tengan su lugar en un todo, y se les respete como personas. Y tanto ellas como los hombres, en sus complejidades, puedan descubrir al lenguaje, revelar los misterios de la vida en su diversidad, en lugar de intentar buscar el manual de la corrección política. Donde la lengua sea de todos, hasta de los imbéciles.
Hay que dejar hablar al pervertido, al enojado, al idiota, al burlón; así sabremos quienes tenemos enfrente. Que lo digan con más fuerza para no tener que acercármeles. No hay que disfrazar con el gris de la expresión todos ellos, ni esconderlos bajo respuestas lapidarias. Si de verdad los discursos influenciaran a tantas personas, y tuviéramos que preocuparnos por no cagarla cada que abrimos el cerco de palabras que tenemos, los aireados discursos de los políticos ya habrían servido de algo.
¿Será que la lengua nos define, o nosotros a la lengua? ¿Pronunciada, será trasunto de lo que quisiéramos ser? “Yo soy el verbo” ha dicho la iglesia que ha dicho Dios. Aun si yo fuera lenguaje, la palabra me antecede y me nutre de otros tiempos, de la tradición de mis antepasados. Hace falta escuchar, afinar el caracol de playa. En vez de construirle una catedral a la ocurrencia, usaré la que me han prestado como cuerpo, que da eco al mar y que llora la sal de sus muertos y que hace poco más que transportar de un lado a otro a mi cabezota llena de ideas; también siente, resiente y atraviesa el paso del tiempo en sus distintas posibilidades de escribirse a sí mismo.
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