El 2 de octubre no se olvida, libre de habitar cualquier fecha en el calendario. Por eso este viernes de abril escribo una crónica sobre la marcha emitida el 2 de octubre del año 2019 en recuerdo del acontecimiento ocurrido en la plaza de las tres culturas de Tlatelolco en el 68´. Con una pandemia en curso; hoy contemplamos el pasado y el futuro desde el encierro y la contingencia, obligados a la espiritualidad o a la globalización.
Se dice que todo pasa por algo; entendiendo el “algo” como una lección moral. Creo que eso quisiéramos pensar; es decir, en el sempiterno movimiento del universo las cosas sólo suceden. Nosotros tratamos de darle un sentido hasta a la forma de las nubes, es una necesidad intelectual que imponemos a lo externo. Si entendemos que las cosas, lo externo, solamente suceden, entramos en acción mediante el presente para moldear el sentido del pasado y el futuro y conseguir la constante reinvención del tiempo. Al pronunciar la palabra sentimos el tiempo atrapado en su signo.
Según Agustín de Hipona en su libro once de las confesiones, tanto el pasado o el futuro no existen sino a través de nuestra percepción de ellos mediante el presente. (Agustín de Hipona, 397-398) Probablemente el pasado y el futuro sean otra construcción de la razón que nos permite sobrevivir a lo infinito. El tiempo es relativo; cuando te diviertes el tiempo pasa volando, y cuando estas en la iglesia llegas a creer en dios porque sientes que el tiempo es eterno. ¿Y cuando estás en una marcha? Los pies se acoplan, más allá de un calendario. Marchamos nuestros pasos a un mismo tiempo. ¿Qué es el tiempo cuando se pierde la individualidad entre la masa de la multitud?
Al llegar a las 4:02 pm (retrasados) al punto de partida la plaza de las tres culturas, un olor a pasto, incienso y pólvora me inundan la memoria; las palabras se ahogan en mi garganta antes de poder nombrarlas; los restos del altépetl de México-Tlatelolco, carcomidos por el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, y los edificios departamentales desde los que un grupo paramilitar disparó en contra de estudiantes activistas y revolucionarios. Observo desde mi lugar hacia el horizonte de más de medio siglo, me sumo a la multitud; antes yo no sabía lo que era una marcha. A las 4 habían comenzado por la avenida Flores Magón. Los alcanzamos, mi hermana y yo, en eje central Lázaro Cárdenas; cada uno toma su lugar en entre los 51 años de recorrido por las calles de la historia de nuestro país, comienzo a sentir lo que es marchar. Avanzamos a un paso, una masa de fuerzas incontrolables que fluyen hacia el interior del puente de la Lagunilla. Al comenzar a entrar, desde arriba un hombre nos reta quitándose la camisa, insultan la pintura grafiteada en las paredes de la ciudad y que expresan el silencio de una nación. Se hacen de palabras y los envases de caguama se elevan para estrellarse al margen de las filas de la ignorancia que nos discrimina, es una guerra.
Entramos en la oscuridad, pero nos alumbra el fuego que arde en los vientres de las víctimas, de sus parientes, a sus seres queridos, a sus conocidos y hasta de nosotros los nuevos; marchamos con el eco de hace más de medio siglo.
Salimos de la oscuridad distintos, hemos cruzado un abismo de incertidumbre acompañados de fantasmas. El sol refleja el aplomo en los rostros fruncidos, cansados y perseverantes; nadie está dispuesto a abandonar a sus muertos, ni yo a los vivos con los que camino. El gobierno se preocupa más por los edificios que por sus habitantes; ha hecho un muro enorme a base de ignorancia, es decir de acarreados de la burocracia, que disfrutan de la vendimia y del espectáculo en las calles del centro. Mientras más cantan los diferentes cantos los alumnos de cada escuela se aleja de nuestros sentidos la gomosa parafernalia que nos rodea; es tradición desde el 68´: evidenciar el carácter autoritario del estado que se afila alrededor de su “peor enemigo”, la repartición de la palabra entre los del pueblo.
Por fin llegamos a la avenida 5 de mayo. Pisamos con seguridad. Hacemos emanar de la tierra, a través del asfalto, la sangre seca del pueblo, que mancha al cinturón de paz impuesto entre el río de gentes y la amenazante autoridad. El pesar de nuestros pies evoca el eco de un ritual inconcluso, de víctimas a las que han robado su lugar en el presente. Hacemos un esfuerzo por no caer en la provocación de los callejones azules repletos de policías armados, que esperan un momento de descuido para robarle su celular a dos chicos; otros jóvenes se abrazan a la patrulla para que no escapen los oficiales.
Nosotros no seguimos ninguna orden, nuestro cauce cae por el propio peso del recuerdo; de un paraíso destrozado por el autoritarismo político: “Vamos, vamos, vamos” “¿Hacia dónde vamos?” -pregunto perdido. Se hace un silencio. Recupera este ser de miles de pies aliento para exigir palabras de disculpa y de compensación; la calma y el sueño se han disipado de sus ojos negros. No sabemos hacia dónde vamos. Caminamos por hacer algo, por seguir un rumbo fijo. Ya sean gente de los sindicatos, del movimiento urbano, obreros, campesinos marchan por regresar a su origen con el movimiento estudiantil permitió en su momento; ya fuera una feminista, un perdido como yo o un padre de los 43 desaparecidos en Ayotzinapa, dirigimos juntos y con fe ciega nuestra existencia hacia la esperanza de recobrar nuestros derechos como mexicanos, de una recuperación de lo que nos ha quitado el gobierno; avanzamos hacia el futuro por las pupilas, los niños, por llevarlos de la mano con dignidad hasta el pedazo de calle que nos toca caminar y ver partir nuevos tiempos.
Constantemente los cantos de las gentes desembocan en un océano que empuja con su marea hasta nuestro vientre y hacen brotar la sal por nuestros ojos; regresa con la inmensidad del mar el dolor compartido, resonando en quien escucha a su compañero y guarda el gregario sonido del oleaje en su oreja; las caracolas zapatistas están presentes en la voz sin rostro, sin dueño. El estruendo de las balas y los gritos desesperados exigen rescate por parte de la patria, desvanecidos entre el almo coro de los marchantes. Unidos por un listón invisible caminamos al margen, no olvidamos ni perdonamos el 2 de octubre, el espíritu del movimiento estudiantil se nutre de los que marchamos, de la constancia con la que hemos llenado el zócalo de México éste 2019. Por un país de solidaridad y acción proactiva.
Llego a mi casa con los pies repletos de cansancio ajeno, de miradas que han oscurecido las noches de mis ojeras. Anuncian 14 heridos, disturbios. No entiendo cómo hay medio siglo de rencor y negligencia escondidos en el fondo de las mismas noticias; otra vez somos vencidos por la comodidad de las noticias en la oscuridad de nuestras casas. A los políticos les importan más las noticias que el mensaje al interior de la marcha. ¿Ya se les olvidó que los estudiantes del 68´ dieron oportunidad a la pluralidad de los partidos políticos? Ya se nos olvidó el espíritu estudiantil que mandó militantes a tantas causas como pudo, y que se hizo del teatro de guerrilla para empatizar con el pueblo, que recorrió las calles a pie en busca de una sonrisa, de un compañero de lucha, desarmando soldados con poesía. ¿Ya se nos olvidó el 2 de octubre? ¿y lo que pasó antes o después del movimiento?
Al menos este viernes de abril duele en la memoria de los mexicanos y los estudiantes.
*Fotos de Luz Zavala
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