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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

Crítica a la tarde


Emiliano Zavala Arias

A continuación, da inicio una rebuscada concatenación de citas reforzadas de bastas herramientas como: la retórica, la etimología y la gramática; esto para poder... Para algo han de servir estas cosas.

¿Qué iba primero? Ah, sí...


“Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertirá que con él no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio.”
Montaigne. (1580). El autor al lector. 2003, de Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Sitio web: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcqz259

Pensar que una introducción a sus ensayos, tan suelta de solemnidad, tan sencilla en su fin; pueda yo citarla para vanagloriarme de mis conocimientos.

¿Por qué se me ocurrió citar esto? Ni siquiera estoy presentándoles un libro. Debe ser que no se me ocurría otra cosa. Cómo se me iba a ocurrir algo si ni siquiera sabía por dónde empezar. Es decir, dónde está el principio de la tarde; podría estar atento a las 12:00 pm, o cuando se sirviera la comida en la mesa, o si el sol se colocara en el ombligo del cielo haciendo desaparecer mi sombra... Aun así ¿Como criticar algo tan impredecible?

Qué difícil para un escritor encontrarse con que la tarde no tiene un inicio, un nudo y un desenlace. El nudo podría ser el atardecer, pero entonces el desenlace tendría que ser la noche y la noche no es parte de la tarde. Más bien el nudo sería otro y el desenlace el atardecer. ¿Entonces dónde empieza la crítica? No puedo empezar a quejarme, porque eso es una crítica ¿o no?

¿Cómo algo puede estar ahí? ¿Existir sin una lógica o un patrón visible? Qué hay con “en el inicio de los tiempos”, o el “había una vez” ¿Dónde encuentro esas muletillas en la vida real? ¿Con qué paradigma he de mirarme a diario a los ojos? Mi propia vida no tiene dirección, no empieza nunca y se muere a cada instante, en cada cabello caído o arruga surcando el rostro de la juventud.

Ah, sí; la cita. Cuando era chico, en el apartado de “citas” de las redes sociales, describía mi cita romántica ideal, en un parque, con un libro y caminar acompañados de una buena charla. Ahora se me frunce la cara de vergüenza al recordarlo, la formalidad académica se ha encargado de robarme el romanticismo con la seriedad. Era un tonto, pero era capaz de soñar. ¡Por eso puse la cita!


"Si mi objetivo hubiera sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto. "
(IDEM.)

¿Y no puedo yo estar repleto de artificios? Los adornos también son parte de mí, algunos se han vuelto incluso parte de mi cuerpo; los tatuajes, las arracadas. Tanto empeño en dejar clara su intención de sencillez, me parece algo exagerado; si querías escribir para tu gente cercana, entonces por qué has dedicado la introducción a un lector desconocido.

Lo importante no es empezar perfecto y con gracia, sino haber empezado. Ya a mitad del texto vale la pena seguir escribiendo y corrigiendo; construyéndose a si mismo... Ah, sí, por qué puse las citas...


"Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues. "
(IDEM.)

Lo verdaderamente importante no es poder citar en latín y de memoria como lo hacía Montaigne. Ni vanagloriarse de los conocimientos adquiridos y de las herramientas como la retórica, la etimología y la gramática para describir la tarde para hacer pedazos una obra o un evento natural. Lo importante es estar, presenciar la tarde; escucharla.

Habitar la consciencia. Escuchar lo que se lee, lo que resuena al interior del cuerpo; cada cita de la tarde que queda grabada en la memoria habla de uno mismo; un escalofrío que regresa al cuerpo asustado de que haya alguien más en al interior del yo; inframundo de antepasados viviendo de la carne, queriendo hablar a través de tu voz. Y tú solo tienes que escuchar.

Escuchar las distintas voces de la tarde. Las 12:00 pm sería solo una formalidad, un estándar global para el inicio de una cosa común al mundo entero y a la vez, tan irregular en su interior. En cada casa daría inicio la tarde con la comida servida a la mesa, con gentes rezando a manera de ritual de agradecimiento, y otras, borrarían la tarde al no salir del trabajo para comer.

El pico más alto de la tarde clavaría su sol en mis entrañas de cielo y las sombras del pasado comenzarían a agonizar. Pasaría la noche en vela, con los ojos llenos de sueños. Escuchando los grillos acompañar el sepulcro de un yo antiguo en la funesta noche. Despertaría al otro día siendo alguien totalmente distinto, ajeno a mis palabras, pero dueño de un silencio matutino.

¿Qué faltaba por decir?

Ah, y volver al principio de los tiempos, a lo desconocido de la siguiente tarde.




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