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Foto del escritorEmiliano Zavala Arias

Construcción sobre lo desconocido


Emiliano Zavala Arias


Cada palabra productiva, cada paso que precede al otro construye hacia la periferia esta ciudad monstruo ensimismada en su ambicioso camino; lejos de nosotros sus herederos. No somos sino el sendero gastado, grava suelta entre estas calles de célebres apellidos. Despertamos cobijando a las banquetas del centro histórico de Querétaro.

Corres sobre de nosotros tu carrera, hombre de traje, sin voltear a ver por las orillas de tus ojos gracias a las anteojeras. Ya no sueñas la riqueza del paisaje cegado por la objetividad. Subes ensimismado sobre de los otros como escaleras, trepas la columna vertebral de tus antepasados y te elevas en su estructura sobre de la tierra.

Tomamos un trago amargo de alcantarilla para olvidar el agua clorada. Mendigos nos llaman, aun si no buscamos la limosna de tu mísera empatía y de tu lástima. Esperamos a lo desconocido en cada vuelta de esquina, en cada punto y seguido. El nudo espeso atrapado en el cogote seco lo escupimos al buscar dentro de los basureros lo que has perdido. La contaminación vence a nuestros pulmones, expulsamos sangre desde los rincones tuberculosos de nosotros mismos para manchar la solemnidad de las naciones. Encontramos un brillo en el fondo del bote de los corazones reciclados.

Avanzamos entre las comas oscurecidas por los edificios, sus calles desoladas, reflexiones en obra negra; andamos silencios, inadvertidos. Nos observamos en la gran ciudad con ojos apagados por los turbios neones amarillos. Las sombras nos alcanzan los tobillos y las bolsas negras de basura se arrastran junto a los postes de luz falsa; nos sentimos perseguidos por la consciencia. Sentimos frío. Presenciamos nuestras ausencias. Escuchamos a los que hablan solos en sus aparentes grupos y que no saben lo que dicen ni lo que comunican con los otros.

Reímos de hastío y por la influencia del chemo; inhalamos al mundo para olvidar sus pasos; desarticulamos el discurso del pasado que atrofia nuestros músculos y al organismo de los estados que no asimila el cambio; la falta de alimento ha llevado a la desnutrición a estos pobres hombres de huesos flacos y con el cuero enjuto.

Somos la desobediencia con la piel amoratada por la estulticia del sol directo, rasgamos las costras de la indiferencia. Estamos ciegos, sordos, disgeúsicos, anosímicos, hipoestésicos. De intenciones resultamos secos; añoramos ver pasar los pies de los oasis ajenos al desierto en nuestros ropajes. Deshacemos un pedazo de hielo para ahogar el infierno en los pulmones, el cobre que pica nuestras muelas no nos deja soñar hasta salirnos enervados de las propias venas.

Somos sólo un vagabundo libre del deber y del destino, un montón de vidas, acciones y consciencias que recoge un sólo hombre herido. Somos un pordiosero de mil voces que las hurga en la basura del olvido. Nos encontramos solos por los arrabales de la existencia; sentimos, nos alejamos del cómodo y concurrido centro en el que vivimos buscando al hombre bien vestido y devolverle la compañía, la tristeza, y su consciencia.

El hombre de traje se cree ajeno a nuestra realidad, de otro mundo, pero no sabe que somos el mismo en lo más profundo. Cada palabra productiva, cada paso en el progreso precede al otro; nos empuja a estar vivos. No somos sino el sendero gastado, grava suelta entre estas calles de célebres apellidos. La contaminación ha vencido nuestros pulmones y escupimos sangre desde los rincones tuberculosos de nosotros mismos. Despertamos cobijando a las banquetas del centro histórico de Querétaro. Avanzamos entre las comas oscurecidas por los edificios, sus calles desoladas, andamos silencios ante la inseguridad de los barrios construidos sobre lo desconocido.




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