Emiliano Zavala Arias
Pareciera que el amor sucede en el momento y en el lugar indicados; de haber perdido unos segundos de más al lavarnos los dientes, o al atarnos las agujetas por la mañana tal vez no habríamos tropezado con el amor de nuestra vida más tarde. Y es esa fragilidad de las coincidencias cotidianas que nos hace valorar inmensamente el encuentro y la compañía de aquel que nos vuelve locos. ¿Qué pasaría si la unión entre los amantes fuera más allá de la prisión del tiempo y el espacio? Si aún a la distancia, uno siguiera pensando en el otro y así ambos estuvieran conectados por el hilo invisible de la complicidad en el recuerdo, más allá de pertenecer física y temporalmente a la otra persona, llevaran algo de la sangre del otro en las venas de la memoria.
El cuento Árboles petrificados cuenta la historia de dos náufragos tirados en la misma playa, con tanta prisa o ninguna como el que sabe que tiene la eternidad para mirarse. (Amparo, 1977). Pero ¿Quiénes son estos náufragos? ¿De dónde han llegado? ¿Por qué gozan de eternidad para mirarse? Y lo más importante: ¿Qué significan estos árboles petrificados? La escritora Zacatecana, Amparo Dávila, entrega el cuerpo en estas 5 cuartillas, deja el alma en estas 5 hojas del cuento; las de una mujer capaz de amar de manera incondicional, las de una lectora capaz reescribir una poética milenaria, las de una persona sincera y vulnerable ante la ausencia del amor de su vida.
“Es de noche, estoy acostada y sola. Todo pesa sobre mí como un aire muerto; las cuatro paredes me caen encima como el silencio y la soledad que me aprisionan. Llueve.”
Amparo Dávila. (1977). Árboles petrificados. 2010, de Material de lectura, UNAM Sitio web: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/amparo-davila-81.pdf
La asfixiante soledad que sufre la mujer al inicio de la historia que ella misma narra, pronto se inunda con el eco de la lluvia, pasa el sonido fugaz de los automóviles, aparece el estridente silbato de un vigilante, y el último camión de media noche llega al punto inicial del recorrido literario; un cúmulo de instantes ocurren a un solo tiempo, el de la memoria escrita. ¿Cómo estar seguros de que alguien es el amor de nuestra vida? No esperes que alguien venga y te dé un certificado impreso. Es el cuerpo el que responde, que se mueve por si solo a imaginar la presencia del otro para compensar su ausencia. El eco del recuerdo habita en cada gota de lluvia, en cada pieza precisa del pasar del tiempo.
“Nos hemos buscado a tientas desde el otro lado del mundo, presintiéndonos en la soledad y el sueño. Aquí estamos. Reconociéndonos a través del cuerpo.”
Amparo Dávila. (1977). Árboles petrificados. 2010, de Material de lectura, UNAM Sitio web: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/amparo-davila-81.pdf
De pronto, el recuerdo de la lluvia nos lleva directo al vértigo del mar que hemos sentido en el vientre quienes nos hemos atrevido a amar. Y de su origen nace un viento que acarrea en las olas sus distintas épocas; y a través de los rostros atrapados en la espuma se ha reconocido la memoria de la sal.
Puedo tener una idea del amor “perfecto”, describir sus rasgos de acuerdo a “mis gustos” siguiendo patrones de acuerdo a mi idea de la belleza, o las cantantes o actrices de moda; mas hasta tomar su mano rasposa a causa de su ansiedad, hasta besar su respiración entrecortada reconocería, o no, el amor verdadero. Por lo tanto, puedo decir que el amor carece de teoría, de estándares establecidos como nos ha hecho creer el negocio del espectáculo.
A lo largo de la narración, la autora se vale de la herramienta de la elipsis para situar a los personajes principales desde los distintos pasados que habitan una misma historia, atraviesan la memoria colectiva y se reconocen desde un presente infinito en el que habitan ambos como un solo ser petrificado.
Mediante la conjugación en presente, y a través de la primera persona del singular, Amparo nos hace cómplices del inmenso amor que trasciende la individualidad misma, la personalidad de quien escribe o de quien lee; solamente se está vivo mediante los momentos compartidos entre los amantes. No es necesario decir el nombre de la persona que recordamos a la distancia, ella sabrá encontrarse en mis palabras, porque habitamos un mismo recuerdo, porque ya son nuestras palabras las que habitan mi boca al imaginarla a ella.
La realidad planteada en el relato cae ante nuestros ojos como una pesada fuerza a base de poéticas sentencias; como un sueño en el que nos movemos por debajo del agua.
“Nada que no sea nosotros mismos importa ahora,”
Amparo Dávila. (1977). Árboles petrificados. 2010, de Material de lectura, UNAM Sitio web: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/amparo-davila-81.pdf
Esta es probablemente la máxima a la que obedece el mundo interno del cuento. La atemporalidad de la palabra escrita permite que un “nosotros” ocurra en el recuerdo absoluto. El espacio que habitan los amantes es una fuerza eterna que arroja distintas historias de complicidad hacia las playas de nuestra conciencia. Desde ahí podemos habitar también nosotros el desconocido y peligroso océano del amor compartido.
Este amor infinito es representado en el cuento con la figura del espejo, por su capacidad infinita de reflejar. No es accidente que este mismo objeto aparezca justo a la mitad del texto; capaz de refractar distintos colores del tiempo: pasados, futuros, desde un presente que reflexiona hacia su propio rostro. Nace del espejo el imaginario fantástico del cuento, de estarse mirando a sí mismo en la ausencia del otro.
“Vivimos una noche que no nos pertenece, hemos robado manzanas y nos persiguen. Quiero verme el rostro en un espejo, saber cómo soy ahora, después de esta noche...”
Amparo Dávila. (1977). Árboles petrificados. 2010, de Material de lectura, UNAM Sitio web: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/amparo-davila-81.pdf
Si el espejo representa el centro el instante más cercano sería la noche en que “ellos” roban las manzanas. Adán y Eva son el símbolo, en nuestro imaginario mexicano, de la primera pareja hombre mujer de los tiempos; quienes se descubrieron uno al otro con la consciencia, amando el misterio escondido en lo ajeno tras ser expulsados de la inocencia a causa de haber robado el fruto del árbol del conocimiento. Un espejo físico tan solo permite reflejar un espacio físico definido; Amparo, haciendo uso del espejo de la literatura es capaz de reflejar distintas épocas de la mujer; de la imagen bíblica a la señora moderna harta de su esposo, a la novia ingenua y enamorada e incluso, al abrazo de una indígena con un español a mitad de las guerras de conquista de México.
“Quisiera conocer contigo el mundo, quisiera entrar contigo en el sueño y despertar siempre a tu lado. Te miro fijamente, quiero aprenderte bien para cuando sólo quede tu recuerdo y tenga que descifrar lo que no me dices ahora. […] Cada despedida es un estarse desangrando, un dolor que nos asesina lentamente. Estamos llenos de palabras y sentimientos, de un silencio que nos confina en nosotros mismos.”
Amparo Dávila. (1977). Árboles petrificados. 2010, de Material de lectura, UNAM Sitio web: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/amparo-davila-81.pdf
Mediante los símbolos propios de la escritura, la autora nos hace sentir que habitamos el jardín del edén al final del camino del tiempo; en un recuerdo inmutable se abrazan más allá de sus cuerpos. Donde cada quién encontrará al amor de su vida.
Hacia la conclusión del relato, tres veces se repite una misma y hermosa imagen; como campanadas que avisan la pronta resurrección. Como una nota que vence a la altivez del escritor para vencerlo en su mensaje oculto, el cual anhela el reencuentro con el ser amado y con los labios que le devuelvan en su aliento entre cortado la sangre que un día le robó.
“Los pájaros revolotean entre las ramas, caen hojas.”
Amparo Dávila. (1977). Árboles petrificados. 2010, de Material de lectura, UNAM Sitio web: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/amparo-davila-81.pdf
Desde mi punto de vista el árbol petrificado es el símbolo de la vida eterna, en el infinito todo existe a un mismo tiempo, todo está dicho ya. Pero en la vida como la conocemos, el tiempo nos regala la oportunidad de acomodar una letra detrás de otra hasta formar un relato que contenga el certificado de amor incondicional y atemporal más bello que haya yo leído. Árboles petrificados de Amparo Dávila me transporta a un mundo, histórico, poético, bíblico, y emocionante, en el que me sumerjo, una y otra vez a través de su lectura, en el recuerdo de mis propias playas y mareas del amor.
Comments